A la edad de 29 años, tuve mi peor época, en la que andaba perdido, no acababa de sentirme válido en la vida. Nunca me ha faltado el trabajo, pero ninguno de los que encontraba era aquello que buscaba, que me motivara en la vida para levantarme con fuerzas y alegría y acostarme lleno de satisfacción. Fue un año muy duro, jamás tuve depresión y sin saberlo la tenía, tuve una época bastante complicada, en la que lo banal y material me hacía “feliz “o al menos digamos que me distraía de forma engañosa. Fue al cumplir 30 años cuando me echaron del trabajo que tenía y cuando más hundido me sentía, lleno de negatividad y de odio conmigo mismo y con parte del mundo por todo lo que veía allá donde mirase: resentimientos, celos, envidia, odio, mentiras, engaños…en fin, me sentía víctima de todo, incapaz de darme cuenta de que todo aquello que me pasaba tan solo tenía un culpable, y ese era yo. Por todo ello, por mejorar la relación con mi familia, con mis amigos, con poder estar bien conmigo mismo para así poder mejorar en todo y, sobre todo, para poder vivir de verdad, decidí dedicarme a buscar lo que de verdad me llenaba, decidí dedicarme a mí mismo, sin tener que “obedecer” aquello que se inculca en esta sociedad desde bien chicos. Expresé aquello que sentía y busqué en los míos ayuda y consejos, y gracias a ello, al empuje y recomendación de 2 personas a las que quiero con toda mi alma, encontré el coaching. Encontré aquello para lo que había nacido, ayudar a los demás desde mi sola presencia, desde mi capacidad de escucha activa, desde mi empatía y mi más sentir natural, que es el de ser propiamente dicho, un ser humano. Tras investigar el coaching y las posibilidades que había, lo que ofrecían, contacté con una docente de una gran escuela de coaching, donde lo que impartían era un doble fondo: recibir un proceso de cambio, de crecimiento y desarrollo personal y de aprender a ser un coach, de ser aquello para lo que estaba destinado.